martes, 30 de agosto de 2016

EN VIDA, HERMANO, EN VIDA


Por Nando Vaccaro Talledo – Agosto 2016

Hoy te has levantado temprano y te ha costado un poco más salir de la cama tibia para alistarte. Has ido al trabajo, a tu negocio, a la escuela, a la universidad…Regresas para almorzar; y si no puedes al mediodía recién lo haces en la tarde o en la noche, para descansar un poco. Ves televisión mientras sigues usando tu celular, al que acudes desde que abres los ojos, como si el celular te hubiera dado la vida o se preocupara por ti. Llega la noche, te da sueño, pero antes de dormir ves las supuestas novedades en tu “smartphone”, tablet o computadora, y te duermes; sin un abrazo, sin un te quiero, sin cinco minutos para compartir en vida con los que más te necesitan. Si tu día a día es similar al que acabo de describir, entonces hay un serio problema de descuido y desapego a tus seres queridos.

Las lamentaciones y reproches pueden, en ocasiones, servirnos para tomar conciencia de algo malo y no volver a cometerlo. Pero de nada servirán cuando un ser querido ya no esté con nosotros. Llegado ese momento será un arrepentimiento irremediable. Por eso es elemental preguntarnos en este mismo instante: ¿con qué frecuencia nos reunimos con nuestras parejas, nuestros padres o hijos para conversar de cómo se sienten, de cómo les está yendo, más allá de enterarnos de ciertos logros aparentes o de episodios rutinarios? ¿Esperamos solo los cumpleaños para enviarle flores a nuestras madres o esposas, para abrazarlas, o tratamos de sorprenderlas cada tanto? ¿Nos interesamos por sus metas, sus sueños, qué es lo que quieren lograr, o transcurrimos por este mundo sin pena ni gloria con nuestros propios sueños y, en consecuencia, indiferentes a los demás?

Probablemente si no lo hacemos, si no prestamos atención a lo que pide nuestro corazón antes de que nuestro cerebro se disperse en la televisión o el internet, el día que un ser querido se aleje por un tiempo, o para siempre, desearemos recuperar los días perdidos, las ocasiones en que preferimos encerrarnos con nuestros celulares, en el alcohol, en el egoísmo que asfixia al mundo, con el agravante de haber tenido oportunidades para decir te quiero, para abrazar, para salir a caminar y pasear, para alegrarle un domingo a los que nos trajeron al mundo con el simple y único pretexto de ser felices. 

Si aún estamos a tiempo, es hora de cambiar el insensible hábito que se había apoderado de nuestras vidas y que había helado nuestros corazones; es hora de criticar menos y comprender más, de dedicar tiempo de calidad, de comprar flores para que las puedan oler ahora que están vivos, de reír y llorar con ellos ahora que nos pueden sentir y abrazar. Solo de esta manera, cuando llegue la partida de un ser querido, nos quedará la tranquilidad de haber compartido todo lo que pudimos, y reconoceremos que no es una pérdida sino una partida, porque el que muere solo se nos adelantó porque hacia allá vamos todos.

COLOFÓN

La pérdida de un hijo debe ser uno de los dolores espirituales y emocionales más fuertes, y Tito Nieves lo refleja en su canción “Fabricando fantasías”. Sin embargo, aún en la pérdida de un hijo puede atenuarse el dolor si se sabe y se tiene la tranquilidad de haber sido buenos padres, amorosos y comprensivos, de haber tenido paciencia y dedicado tiempo de calidad.

Debemos, pues, aprovechar las vivencias que atravesamos, sobre todo las que nos relacionan, integran y conectan con otras personas. Las cosas materiales tienen valor y son importantes en la medida que sean útiles y podamos compartirlas con los demás.

En vida, hermano, en vida es un poema profundo y reflexivo de la poetisa mexicana Ana María Rabatté, quien nos conmina a no seguir postergando la vida porque “de nada sirve visitar panteones, ni llenar tumbas de flores, si no llenamos de amor los corazones. Por eso: en vida, hermano, en vida”.  

Existe también otro poema muy conocido, que ha circulado en internet y redes sociales, cuyo título es “Ahora que estoy vivo” (nadie precisa la autoría del mismo), que posee un tono de reclamo y hasta de súplica, donde cada verso es un parangón entre diversas manifestaciones que se realizan cuando un ser querido ha muerto: llevar flores, palabras y poemas desgarradores, viajes inesperados, abrazos que ya no se sienten. Aunque tenemos derecho a dar “santa sepultura” a quienes ya han partido, no esperemos que nos pidan desde el cielo “debió ser antes”. Por eso, compartamos y disfrutemos de quienes amamos “ahora que están vivos”.


martes, 23 de agosto de 2016

EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN EN LA PAREJA

Por Nando Vaccaro Talledo – Agosto 2016

Como ya saben nuestros seguidores, durante este 2016 el tercer viernes de cada mes el Colectivo por la salud mental “Hna. Margaret Walsh”, con sede en Chulucanas, ha organizado un ciclo de encuentros y conferencias bajo la temática: el amor es una decisión, la pareja como núcleo de la familia. En nuestra última reunión, del pasado viernes 19, el tema desarrollado fue EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN EN LA PAREJA, y estuvo a cargo del licenciado José Luis Valladolid.

Respecto a este asunto, recuerdo ahora la frase que le decía mi abuela a mi padre, quien siempre estaba renegando y enfrentándose a la gente: “¿cuándo vas a dejar de pelear para empezar a vivir porque no se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo?”. En verdad, no se puede cargar una mochila de lamentos, cólera, frustraciones y egoísmo si pretendemos vivir una vida tranquila, liviana, en paz y armonía. Y para empezar a descargar esa mochila, para sentirnos livianos, primero debemos abrir la mochila, es decir explorar en nosotros mismos, perdonándonos y reconciliándonos, y después ya estaremos listos para hacerlo con los demás.

Facundo Cabral solía comentar en sus conciertos una anécdota personal, relacionada con el perdón: decía que él recién empezó a vivir a los 17 años, y no cuando su madre lo alumbró, puesto que “una persona realmente nace cuando toma conciencia de su existencia”.  A esa edad Cabral conoció a un vagabundo que le narró “El Sermón de la Montaña”. Esta historia caló muy profundo en él, e hizo que reflexionara sobre su presencia en el mundo, y del peso y el dolor que causan el rencor y la amargura. Facundo había sido abandonado por su padre cuando muy niño, y tuvo una infancia dura y con carencias materiales y afectivas. Cuando él “empezó realmente a vivir” se dio cuenta de que no se podía transitar en la vida con semejante mochila, y decidió perdonarse y perdonar. Tenía 45 años cuando, al terminar un concierto, reconoció a su padre en medio del público, a pesar de haberlo visto solo una vez en una fotografía. Se acercó a él y lo abrazó. Con ese abrazo le demostraba su perdón y también “le decía gracias”; gracias por la vida, porque si él no hubiera fecundado a su madre Facundo no habría podido gozar de las maravillas de este mundo, y nosotros no nos hubiésemos beneficiado con sus pensamientos y canciones.

En el Colectivo por la Salud Mental hablamos más de encuentros y no tanto de conferencias porque lo que pretendemos es que esos espacios que ofrecemos sean vivenciales, dinámicos, que las personas sientan y compartan, que no adopten una postura pasiva y sedante escuchando a un ponente. Es por eso que el amigo José Luis Valladolid inició el último encuentro con una dinámica entre los presentes, que no eran todos parejas o esposos porque la invitación es para la familia y el público en general. El ejercicio consistió en rememorar los momentos felices, los más significativos, vividos con la pareja o de manera singular. Por ejemplo, el embarazo deseado, superar enfermedades y recibir el apoyo de seres cercanos, el servicio a los demás, retiros espirituales, pequeños momentos en el día. Y todos coincidimos en algo: que la alegría y la felicidad se encuentran en el compartir con los demás, en los encuentros espirituales que nos reconfortan. De hecho, nadie relacionó la felicidad a algo material, a la adquisición de un objeto. Incluso la alegría de tener una casa propia, un auto o una moto no llenarían nuestro corazón si no tuviéramos alguien con quien compartir lo que tenemos.

Valladolid enfatizó en lo trascendente que resulta empezar uno mismo a trabajar en lo personal y autoconvencerse: “yo voy a estar bien”, “me voy amar”. No podemos hacer el bien ni amar al prójimo si nuestra autoestima no está fortalecida. Debemos redescubrir a nuestro ser interior. Asimismo, manifestó que las relaciones de pareja no son fáciles porque se trata de dos personas distintas, con costumbres y formaciones diferentes. Por eso es recomendable que la pareja trabaje antes del matrimonio, que se entrene, y que por supuesto no salte “las etapas”:

1) amistad (porque los amigos se aceptan, entienden y están en todas)
2) enamorarse (la ilusión)
3) novios (fortalecer la relación)
4) matrimonio (compromiso)

Con relación a los hijos, hizo hincapié en que “ellos no hacen los que les decimos sino lo que ven e imitan”. Finalmente, invitó a todos los presentes a darse un fuerte abrazo, y nos exhortó a hacerlo siempre con nuestros seres amados porque el valor y la energía de un abrazo fortifican el alma de una manera única.

  

lunes, 15 de agosto de 2016

ROMPIENDO LAS CADENAS DEL MACHISMO

Por Nando Vaccaro Talledo – Agosto 2016

Hay quienes dicen que las marchas no sirven, que si no hay educación las cosas no van a cambiar ni mejorar. Esto último es cierto: la educación es la base de todo desarrollo, no solo del económico sino también del moral y del espiritual, que tanta falta hace en la sociedad peruana para cultivar valores y desterrar al egoísmo y la corrupción. Sin embargo, considero que las marchas de protesta, reclamo o descontento son el inicio de la solución porque reflejan que las personas ya no se están quedando calladas, y por lo tanto ya no están siendo cómplices del maltrato y los delitos.

Concertar un encuentro colectivo en la marcha ¡Ni una menos! y pronunciarse pública y abiertamente es un augurio positivo porque eso significa que se están doblegando a los fantasmas del miedo, de la opresión, que ya es hora de decir basta porque se puede y se debe vivir mejor, en paz y armonía. Este acontecimiento debe marcar un precedente para que las mujeres no callen ni guarden el sufrimiento, para que los operadores de justicia sean más sensatos en sus fallos y sobre todo para tomar conciencia, tanto quienes se someten al hombre agresor como ese hombre que maltrata; sobre todo este último que no debe victimizarse ni justificar sus actos.

Antes de salir cobardemente tratando de justificar sus actos de maldad (como el agresor de Arlette Contreras, Adriano Pozo, puesto en libertad en un fallo increíble que solo contempla las heridas físicas, y se olvida que la parte psicológica y emocional puede dejar secuelas difíciles de curar) lo que debe hacer es evitarlos, descargar su frustración en algo, no en alguien, saliendo a hacer deporte, buscando ayuda a través de profesionales de la salud mental, encontrando a dios, es decir al mismísimo amor, y, por supuesto, educándose más porque en el ser humano la capacidad de desarrollo y evolución se consigue de manera más avanzada a través de la educación. Un hombre educado tendrá más herramientas y salidas para no llegar al extremo de herir o quitarle la vida a una mujer.

Es momento de romper las cadenas del machismo, de la ignorancia, de la insensatez y la falta de amor y respeto al prójimo que hace que los hombres actúen peor que animales salvajes, de la estupidez que significa transmitir de generación en generación que la mujer es un objeto sexual, que sea ella el saco de box donde se descargan las penas y frustraciones, que sus oídos reciban insultos y críticas como si fueran robots sin sentimientos a quienes no les afectará una sarta de agravios, y se olvidan que son nuestras madres, esposas, hijas, hermanas o amigas quienes reciben esos insultos como latigazos que van destrozando sus tiernas almas.

Es  hora de poner fin a todas las guerras y acompañar a la mujer tras el acto noble de la procreación. Porque si los hombres van a las guerras y las mujeres se quedan en casa, entonces la vida ya no podría continuar. Ahora deben estar los dos en el hogar, el hombre acompañando y cuidando a la mujer, y ambos construyendo la familia que resulta la mejor inversión que se pueda realizar, puesto que es y seguirá siendo por siempre, como nos enseñan en el colegio, “la célula básica de la sociedad”. Puede haber familias que no sean “perfectas”, o constituidas según lo deseable (es decir, papá, mamá e hijos). Pero en una familia es inexorable la presencia de una mujer, pues sin ella la vida no podría empezar.

Si aún con las cadenas rotas, la toma de conciencia, la educación, y la libertad que ofrece un estado democrático sigue habiendo hombres tercos e insensibles entonces deberá caerles todo el peso de la ley, sin contemplaciones, sabiendo que el daño cometido no es solo físico sino emocional y psicológico, y que así como quizás ni una vida entera basten para que una mujer violentada y agredida se recupere de esas heridas profundas, así también deberá ser el castigo a quienes agredan a una mujer, traidores de la vida y del amor porque eso es lo que en verdad representa y vale cada mujer: la vida misma y todo el amor del mundo.  


miércoles, 3 de agosto de 2016

Reseña de TOKIO BLUES Norwegian Wood (de Haruki Murakami)


Por Nando Vaccaro Talledo – Julio 2016



     Haruki Murakami se ha convertido en occidente en el escritor japonés más vendido de todos los tiempos; y es, además, candidato permanente al premio Nobel de literatura en los últimos años. Ha sido precisamente TOKIO BLUES Norwegian Wood su primer éxito editorial. 

     En muchas de sus obras de ficción la referencia —para algunos críticos muy notoria y a veces exagerada— de aspectos diversos de la cultura occidental y sobre todo de la música anglosajona, lo han llevado a ser blanco de reproches por parte de sus paisanos escritores, quienes consideran su literatura “poco japonesa”; incluso algunos, a pesar de la innegable conquista del escritor en ambos hemisferios del globo terráqueo, siguen desaprobándolo. Sin embargo, Mr. Murakami no se excusa y admite haberse planteado ir más allá de las fronteras niponas: “quería poner a prueba mi capacidad en el exterior, no quedarme satisfecho siendo un novelista famoso en Japón”[1].
Escritor japonés Haruki Murakami
       
        En TOKIO BLUES... todo empieza a bordo de un avión que acaba de aterrizar en un aeropuerto alemán. Toru Watanabe, el protagonista-narrador, de treinta y siete años en aquel momento, escucha por el altavoz la canción de Los Beatles Norwegian Wood. Inevitablemente le sobrevienen recuerdos de una época de su vida marcada por la incandescencia de ciertas experiencias. Entonces no tenía más de veinte años y hacía poco de su ingreso a la universidad. Debe mudarse a una pensión en Tokio, dejando atrás sus padres y su pueblo. En principio, un chico común, dentro del promedio: estudia lo que debe, trabaja medio turno para cubrir sus gastos personales y lleva una vida ordenada; no tiene mayores problemas y hasta se podría decir que carece de un conflicto propio, de algo que promueva el encadenamiento, intenso e interesante, de la novela. En este escenario van apareciendo los otros protagonistas, sobre todo dos mujeres en particular, vitales en el entramado. Emerge una delgada línea entre la vida y la muerte, las fantasías adolescentes, la pasión, la promiscuidad, la música (siempre presente, como fondo de cada escena, marcando el ritmo) y las indecisiones, todas ajenas a él porque provienen de los otros, aunque al mismo tiempo le pertenecen porque, en suma, todo lo que es él se origina en lo demás. De ello Watanabe no es consciente, pero sí de sus emociones que le permiten madurar y encontrar la manera de posicionarse frente a la vida.

     Una narración lineal, exceptuando el principio, que incorpora trazos de un surrealismo que van aflorando como pequeñas islitas en un mar insondable.

         Una observación a tener en cuenta recae en el alcance que pueda ejercer la traducción[2]. Con giros y modismos propios de la región peninsular, la novela se ha adaptado por entero para lectores de aquella zona. No obstante, me parece que la construcción original es tan contundente que pudo superar y soportar cualquier intervención ajena a los propósitos iniciales del escritor; es decir, no creo que la mano del traductor haya tenido injerencia en la novela (y sus otras obras así lo corroboran). 

          En verdad, a Murakami, como a cualquier otro escritor, se le podría objetar algunos puntos, que quizás tengan que ver con los gustos y preferencias de cada uno; inclusive, como lectores “occidentales” esperamos impregnarnos más de lo “oriental”, de eso ajeno y desconocido. Pero aquello que no se le puede discutir es la impecable manera de relatar cada secuencia, la descripción minuciosa, guiada por los acordes de sus instrumentos literarios, y salpicada por una poética que, sin estar expuesta abiertamente, embriaga a cada sorbo. En definitiva, una novela permeable y apasionante, que refleja lo que muchos todavía descreen: la humanidad y sus culturas están más cerca e interconectadas de lo que parece. O para decirlo en palabras de Marshall McLuhan, estamos viviendo realmente en una “Aldea Global”. 

[1] Referencia: Revista Ñ, Clarín, edición 36 (13/1/2007), pág. 35, Buenos Aires.

[2] La edición de la novela que he leído para la siguiente reseña tiene los siguientes datos bibliográficos:

Murakami, Haruki, Tokio Blues Norwegian Wood. 1ra. Edición. 3ra. Reimpresión. Buenos Aires: Tusquets Editores, 2007. 392 p. 21x24 cm. (Andanzas; 575).