jueves, 27 de julio de 2017

EL ALMA SE NOS INCENDIA

Por Nando Vaccaro Talledo – julio del 2017

Sobre los sucesos ocurridos hace ya algunas semanas, donde hubo varios siniestros en Lima y provincias, y en particular los suscitados en la galería Nicolini de la zona céntrica de la capital, debemos saber que, cada vez que ocurre un hecho similar, como es lógico y consecuente, nos impactamos y conmovemos por la noticia. De manera personal, confieso que las imágenes de los dos jóvenes atrapados e intentando primero llamar la atención con sus manos y agitando un fluorescente, y luego desesperadamente golpeando sin suerte algún espacio que les permitiera escapar de la muerte, han sido imágenes que me hicieron recordar un contexto similar, en el que mi familia y yo logramos de milagro sobrevivir de las fauces del humo tóxico y el fuego voraz.

Por lo general, del sobrecogimiento y la tristeza pasamos a la indignación, y entonces buscamos desesperadamente culpables, que terminan recayendo en representantes del estado que tienen injerencia directa o indirecta con el acontecimiento, como ha sido el caso de la municipalidad de Lima, ministerio de Trabajo, Policía Municipal, Fiscalía y otros. Después exigimos justicia, que él o los responsables sean sancionadas con todo el rigor de la ley. Y con el correr de los días, mientras el fuego se fue extinguiendo nuestra memoria y capacidad reflexiva también se fue aletargando; hasta que dejamos de hablar y de indignarnos y de exigir justicia, perdemos la empatía por el prójimo y volteamos la página quizás con la misma indiferencia de quienes no previnieron el siniestro.

Nos hemos convertido en simples receptores de información, autómatas que solo nos indignamos mientras escuchamos o vemos algo, como un termómetro de mercurio que mide la temperatura mientras esté bajo el brazo; y como el termómetro, nos agitamos primero y luego seguimos por la vida, sin ánimos ni predisposición para buscar soluciones, sin el más mínimo atisbo de que esta tragedia nos haga reflexionar. Es más fácil y cómodo decir que la culpa es del estado, de los funcionaros corruptos, de aquellos que debieron haber prevenido y controlado. Pero, realmente, ¿qué es el estado? ¿Acaso no es el reflejo de una sociedad insensible, irresponsable, sin compromiso ni identidad, interesada más en sus propios beneficios que en atender las vicisitudes sociales?

El incendio en la galería de Lima y la muerte sin sentido y con mucho sufrimiento de los dos jóvenes, uno de ellos padre de familia, es parte de una ceguera social que nos hace pensar que lo acontecido es en verdad el homicidio colectivo de un pueblo que convive entre la indiferencia y la inacción, lo mismo que decir la complicidad, lo cual refleja la falta de convicción moral y patriótica, de gente que se pone la mano en el pecho para cantar el himno nacional pero que no participa en las reuniones vecinales, que no acude a los encuentros de padres de familia, que va por la vida como un tronco seco a la deriva por un río, carcomiéndose y pudriéndose.

El alma se nos incendia, se chamusca y se consume y ya de a poco estamos perdiendo sentido de las prioridades, de cuidarnos el uno al otro, de construir un mejor nido para nosotros y nuestros hijos, de pasar todo por agua tibia y zafarnos de los deberes y compromisos por nuestro entorno. Total, la culpa siempre es del estado, de los otros; total, el alma se nos quema mientras caminamos despreocupados, y solo humo y cenizas parece que alberga nuestro moribundo corazón.



CODA:

La tragedia también muestra los costos de la desregulación e informalidad en el Perú que, otra vez, nos golpearon fuerte con el incidente fatal del bus que se desbarrancó en el cerro San Cristóbal (y ahí están todos los reglamentos que no se cumplen, construcciones precarias, almacenamientos indebidos, licencias compradas, personas trabajando en condiciones parecidas a la esclavitud, sanciones que no se imponen, inseguridad, corrupción…y así podríamos describir toda una hora los despropósitos de las almas innobles).

Como mencionó en su momento el periodista Eduardo Dargent, a raíz del incendio se volverá a discutir en forma abstracta si es mejor el control previo para otorgar certificados de defensa civil o si la fiscalización posterior es más efectiva. Como fuere, esa discusión pierde el punto principal: sea antes o después, la realidad es que no hay un estado que fiscalice si se cumplen las normas. Y en este punto la participación de la sociedad civil y de los colegios profesionales es crucial.