miércoles, 9 de agosto de 2017

LA PATRIA QUE QUEREMOS

Por Nando Vaccaro Talledo – Agosto del 2017

Acordarnos de la patria solo en fiestas patrias, es decir en la fecha central conmemorativa de la declaración de la independencia es como si solo nos acordáramos de nuestros amigos y seres queridos el día de su nacimiento o de su inscripción en los registros. Hago este parangón para invitarlos a que nos pongamos todos y todas una mano en el pecho para preguntarnos: ¿qué significa la patria para nosotros? ¿Somos recíprocos con la patria? ¿Hacemos patria?

El concepto de Patria, aunque tenga un solo significante, nos puede hacer evocar diversos significados: unos pensarán en el mapa del Perú, otros se acordarán de algún versito del Himno Nacional, unos cuantos pensarán en la bandera, en el desfile cívico-militar, en algún héroe olvidado o confundido…

EL DRAE manifiesta que patria es “la tierra natal o adoptiva como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. Y como seguramente esta definición no es suficiente ni contundente, hay otras consideraciones que deberían ser tomadas en cuenta, como la identidad, la interculturalidad, las materias primas, entre otras.

Y sobre esto último, respecto a las materias primas y toda la amalgama de bendiciones que nos provee esta flora y fauna maravillosa autóctona de la patria, creo que realmente no somos recíprocos ni agradecidos, de lo contrario no se entiende el desinterés por, entre muchas cosas, nuestros ríos, lagunas y sobre todo porque las playas estén limpias (y no vengamos con la cantaleta de que la responsabilidad es solo del estado y trasnacionales, porque si juntáramos todas las corontas de choclos y desperdicios que la mayoría de veraneantes tira y entierra en la arena seguramente cargaríamos varios barcos).

Y con respecto a la última interrogante, acerca de si “¿hacemos patria?”, seamos sinceros y, con las dos manos en el pecho, a falta de una, reconozcamos que poco o nada nos involucramos en acciones sociales y comunitarias que coadyuven a progresar como nación, que sume cada uno desde su entorno más cercano al que pertenece en su patria chica. Muy pocos suman y, desgraciadamente, la mayoría resta: con sus actitudes mezquinas, sus críticas destructivas, su inercia cómplice de desinterés y conformismo, los antivalores que proliferan como canción de moda, y muchas otras evidencias decepcionantes.

Sin embargo, ahora que ya pasó el alboroto de los desfiles, del discurso presidencial que recibió más quejas que sugerencias (es fácil abordar el trencito de los reclamos y las vituperaciones sentados cómodamente en el vagón de primera clase, con aire acondicionado y provistos de todo, solo mirando y casi nunca actuando); ahora que ya nos olvidamos de parodiar al ministerio de Educación por un lapsus (nuestra falta de empatía opacó la torpeza y descuido de algunos empleados públicos); ahora que ya sacamos las banderas de nuestros frontis, que las lavamos y luego guardamos limpiecitas y bien dobladas hasta el año entrante, ahora es momento propicio para lo siguiente:

Compatriota, coterráneo, paisano, vecino y amigo, ahora es el momento para empezar a actuar, para abandonar el rol de actor secundario y pasivo para ser protagonistas e intérpretes estelares de nuestro propio cambio y progreso, para erigir un sentimiento patriótico que se sustente en las acciones concretas que realicemos, por más mínimas que parezcan. Teresa de Calcuta decía: “Una gota en el mar parece insignificante, pero el mundo no sería lo mismo sin esa gota”.

Si no fuera por aquellos que se animaron, que no se avergonzaron ni temieron el fracaso hoy no seríamos esta patria. Y no hablo solo de nuestros venerados e inmortales héroes de la gesta de independencia, sino también de aquellos mártires silenciosos que, antes y ahora, contribuyen con su trabajo y compromiso para dar lo mejor de sí en busca del desarrollo colectivo, del bien común. No hace falta ser un galardonado general o un alto directivo; incluso no es requisito ostentar un título o poseer demasiada experiencia: basta y sobra con voluntad e involucramiento.

En la cuadra donde vives seguramente hay algo para hacer, por mejorar; ese parque de tu barrio quizás ya necesita mantenimiento y limpieza. ¿Por qué no iniciar una junta vecinal que promueva el mantenimiento de ese parque? ¿Por qué esperar si queremos lo mejor para nuestros hijos? (y lo mejor para nuestros hijos no son las zapatillas más caras o la tablet más moderna, pues tarde o temprano irá a ese parque a jugar). Los colectivos sin fines de lucro y sociedades civiles están siempre con las ventanas abiertas, deseosos de recibir propuestas. Y seguramente no siempre se abrirán puertas, pero si no se intenta nunca se sabrá.




Vivimos en una democracia representativa, y por lo tanto debemos ejercer, por derecho constitucional y por compromiso cívico y moral, una participación activa; y no solo acordamos de nuestro rol en época electoral, que en realidad es más por la sanción a no votar que por la convicción de participar en el evento esencial de la democracia. Precisamente la Ley N° 26300, Ley de los Derechos de Participación y Control Ciudadanos, regula el ejercicio de esos derechos constitucionales.

Pero más allá del amparo de la ley, del fomento del estado en aspectos de participación ciudadana, de presupuesto y descentralización, lo que necesitamos, queridas y queridos compatriotas, es involucrarnos activamente, tomar parte y ser proactivos. Por eso nuestra paisana Mariana Costa, una joven emprendedora y reconocida hasta por el mismísimo expresidente de EE.UU., Barack Obama, nos exhorta: “hace falta pensar más en sociedad, en el planeta, en quienes son distintos, en quienes ven el mundo diferente. Y a un nivel crítico. Por ese sentimiento de urgencia, si no comenzamos a mejorar nadie más lo va a hacer”. Entonces, ya debe quedar claro: es hora de participar, de forjar la patria la que queremos.




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